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Entendiendo el dinero: el casino cripto

Entendiendo el dinero: el casino cripto

Criptomonedas: promesa tecnológica o trampa especulativa

Las criptomonedas irrumpieron en el sistema financiero con una narrativa seductora: descentralización, libertad monetaria y democratización financiera. Pero detrás de esa promesa se esconde, en muchos casos, un ecosistema especulativo diseñado para beneficiar a sus creadores a expensas de los usuarios más vulnerables.  Ahora, exploramos por qué muchas criptomonedas operan más como un casino que como una revolución monetaria, y qué lecciones ofrece la economía institucional ante esta fiebre digital.

El modelo es claro: los creadores suelen asignarse participaciones masivas a un costo prácticamente nulo. El fundador —o grupo fundador— de Bitcoin, bajo el seudónimo Satoshi Nakamoto, probablemente posee más de un millón de monedas. Vitalik Buterin, cofundador de Ethereum, junto a los primeros integrantes de su equipo, mantiene también una posición considerable. En muchas altcoins se recurre a “pre-minados”, mediante los cuales los fundadores se reservan un porcentaje significativo de tokens antes de lanzarlos al público.

Esto genera una lógica similar a la de un casino, donde la casa —en este caso, los fundadores— siempre tiene ventaja. Promueven la adopción, generan expectativa y ven cómo sus activos iniciales, adquiridos a costo nulo, se valorizan gracias a la entrada de nuevos inversionistas dispuestos a pagar más. Si la criptomoneda se masifica, los fundadores se enriquecen enormemente; si fracasa, su pérdida es mínima. Basta un dato: en mayo de 2016, un Bitcoin costaba menos de 500 dólares; en junio de 2025, supera los 100 mil.

El juego de la manipulación

A diferencia de las monedas respaldadas por Estados —cuyo valor se ancla en la actividad económica real, la estabilidad política y la confianza institucional—, las criptomonedas se valoran por factores altamente especulativos. No están respaldadas por productividad económica alguna, sino por el sentimiento del mercado, campañas de marketing y ciclos de entusiasmo sin sustancia tangible.

Además, la falta de supervisión comparable a la de los mercados financieros tradicionales permite la proliferación de esquemas como los “pump and dump”, en los que grandes tenedores inflan artificialmente el precio para luego vender con ganancias, dejando las pérdidas a quienes compraron más tarde. Muchos tokens imponen límites arbitrarios de emisión para crear una ilusión de escasez, más por manipulación psicológica que por necesidad funcional. Operan también sobre potentes efectos de red y el miedo a quedarse fuera (“fear of missing out” – FOMO), lo que fomenta una lógica piramidal: los primeros ganan si otros entran después.

Este entorno sin regulación ni fiscalización lleva a una pregunta clave: ¿quién custodia a los guardianes?

¿Quién custodia a los guardianes?

La emisión de criptomonedas enfrenta un problema de credibilidad estructural. Algunas afirman tener límites fijos —como el famoso tope de 21 millones de Bitcoin— o cronogramas estrictos de emisión. Pero ¿quién garantiza que esas reglas se mantendrán?

A diferencia de los bancos centrales, que actúan bajo mandatos legales, controles institucionales y rendición de cuentas democrática, los fundadores de criptomonedas enfrentan un “problema de consistencia temporal”, como lo describieron los premios Nobel Finn Kydland y Edward Prescott. Es fácil prometer escasez cuando el token no vale nada; pero una vez valorizado, los incentivos para cambiar las reglas son abrumadores.

Aunque algunas criptomonedas afirman tener límites codificados, los fundadores suelen controlar el proceso de desarrollo y pueden proponer “actualizaciones” que los beneficien. Sin supervisión, sin sanciones y sin instituciones que los contengan, nada impide que rompan sus promesas.

Por eso existen los bancos centrales independientes: para resistir la tentación política de imprimir dinero sin respaldo. Su credibilidad reposa en reglas claras, transparencia y marcos legales. Las criptomonedas, en cambio, carecen de estas limitaciones.

La historia cripto está llena de bifurcaciones (forks) que han favorecido sistemáticamente a los primeros tenedores. En 2017, Bitcoin Cash se separó de Bitcoin y duplicó automáticamente las posiciones de los titulares. En 2016, tras el hackeo del DAO (Decentralized Autonomous Organization), Ethereum se dividió, y los poseedores originales recibieron Ethereum Classic. Desde entonces, Ethereum ha pasado por al menos 19 bifurcaciones, muchas de las cuales han beneficiado a insiders con acceso privilegiado a información y cambios de protocolo que impactan el precio y la emisión.

Casinos sin reglas

Los casinos tradicionales, por lo general, son transparentes respecto de sus reglas: todos saben que la casa siempre gana. Además, operan bajo regulación. Existen comisiones que fiscalizan sus prácticas, auditan sus sistemas, previenen abusos y protegen a los consumidores. Incluso cumplen funciones recreativas legítimas para la mayoría de sus usuarios.

Los mercados de criptomonedas, en cambio, son opacos. Invertir en Bitcoin a 100.000 dólares es apostar a que entrará suficiente gente nueva para sostener ese precio —o elevarlo— antes de que los fundadores decidan vender. La diferencia es que quienes compraron por debajo de los 500 dólares pueden salir cuando quieran, con márgenes enormes.

Y mientras los casinos ofrecen entretenimiento, las criptomonedas muchas veces funcionan como mecanismos de transferencia de riqueza desde los recién llegados hacia los iniciados. Además, su anonimato facilita el lavado de dinero en actividades ilícitas o informales. También tienen un impacto ambiental considerable: redes como Bitcoin consumen más energía que países enteros, sin un retorno productivo equivalente.

El paralelismo es claro: en ambos casos, muchos pierden y unos pocos ganan. Pero los casinos no se presentan como alternativas al sistema financiero ni prometen transformaciones democráticas. Su propósito es explícito y está regulado: ofrecer entretenimiento con riesgos conocidos.

Blockchain no es el problema

Esto no significa que toda la tecnología blockchain carezca de valor. Existen aplicaciones con potencial genuino —como los contratos inteligentes en logística o trazabilidad alimentaria— y desarrollos prometedores como las monedas digitales de bancos centrales (Central Bank Digital Currency -CBDC-), que combinan eficiencia tecnológica con responsabilidad institucional.

Sin embargo, el ecosistema cripto actual se aleja considerablemente de esos ideales. En muchos casos, funciona como una plataforma altamente especulativa y con escasa supervisión institucional, donde los riesgos asimétricos suelen recaer sobre los participantes minoristas. Antes de invertir, conviene formularse preguntas clave: ¿quién controla la emisión?, ¿cuál es la participación de los fundadores?, ¿qué valor económico real respalda el activo?, ¿asumiría este nivel de riesgo en otro contexto financiero?

Caveat emptor: “que el comprador tenga cuidado”

El dinero evolucionó como una solución funcional para facilitar el intercambio, preservar valor y generar confianza. Desde las conchas hasta las transferencias electrónicas, cada avance respondió a necesidades económicas concretas. Las criptomonedas, en cambio, a menudo se articulan en torno a incentivos de corto plazo y esquemas de acumulación concentrada, sin respaldo institucional ni utilidad estructural sostenida.

Comprender esta realidad no exige teorías sofisticadas, sino criterio frente a promesas desproporcionadas. Cuando quienes definen las reglas también controlan la emisión y la distribución del activo, el desenlace es predecible.

La casa siempre gana, ya sea en Las Vegas o en una plataforma cripto. La diferencia es que los casinos no pretenden reinventar el sistema financiero.

En un entorno saturado de discursos tecnológicos y activos inflados, la brújula sigue siendo la misma: fundamentos sólidos, instituciones confiables y decisiones bien informadas. Todo lo demás es ruido. Y, en muchos casos, trampa.

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